El portero Elías
El portero
Elías
Viéndolo
en la puerta de la gran imprenta donde laboraba, quién iba a imaginar lo que
realmente era Elías. Dinámico a sus setenta años, con fuerza suficiente para mover
la pesada puerta de metal cuando salía o entraba cada camión llevando o
trayendo materiales o productos, Elías demostraba una vitalidad poco común a
esa edad. Bajo, de cuerpo menudo sin ser flaco, de claros ojos azules y piel
blanca, con su cabeza canosa y la sonrisa alegre, optimista y picaresca, Elías
cumplía con su labor esmeradamente. En la puerta principal, siempre corría la
rejilla de seguridad antes de abrir, para cerciorarse de quién llamaba a la
puerta. Luego de hacer las preguntas de control y pedir la identificación
necesaria, dejaba pasar a la persona y
saludaba con afabilidad, fuese quien fuese, desde un sencillo operario hasta el
gerente de una gran empresa. Subía y bajaba las escaleras diligente, llevando las cartas, los mensajes o lo que
fuera que le solicitaran por parte de sus superiores.
En
ese entonces yo era redactor y supervisor de edición de la revista “Panorama”,
que se imprimía allí y debía revisar minuciosamente cada página corrigiendo
errores, haciendo los cambios de último momento, vigilando las fotografías
adecuadas de cada artículo, etc. Por eso conocí a Elías. La primera vez me
molestó su excesivo cuidado y aparente rigidez en sus criterios. Simplemente
era un hombre disciplinado y que cumplía las órdenes al pié de la letra. La segunda y tercera vez me hizo repetir el
ritual de entrada. En adelante dejó de hacerlo y al mirar por la ventanilla me
sonreía amble y alegre. Ya éramos conocidos y pronto muy amigos, gracias a que
nos gastábamos ligeras bromas mutuamente como saludo.
Sin
embargo, al poco tiempo descubrí que los operarios de la panta le hacían burlas
y lo trataban con menosprecio. Yo no podía entender esa conducta con un ser que
mostraba sencillez, humildad y bondad. Molesto por esta situación, decidí
resarcirlo de alguna manera y le invité a tomar un café. Pero él se negó puesto
que su responsabilidad le impedía dejar su lugar un solo instante. Yo podía
salir libremente porque no era empleado de la editorial. Al volver le llevé un
refresco y un delicioso roscón con dulce de guayaba. Entonces ocurrió algo que
me enojó más: las burlas recayeron también sobre mí, de una manera indirecta y
solapada, dado que yo era un “cliente”. Cuando regresé a la oficina de
corrección de pruebas, le pregunté a la señorita que allí laboraba sobre Elías.
-Señorita
Rosaura ¿Qué sucede con Elías? ¿Por qué algunos operarios de la planta se
cargan contra él con bromas pesadas?
Con
una sonrisa comprensiva me dijo:
-Es
que ellos piensan que Elías es homosexual…
-¿Cómo?
¿Y en que se basan para creer eso?
-Porque
Elías tiene cierta preferencia por los jóvenes. Le gusta buscarles la
conversación y siempre se muestra muy amable y atento con ellos.
Me
quedé pensativo ante la revelación. Por aquel tiempo yo tenía 36 años. No era
un muchacho, pero tampoco un hombre mayor. No podía creer que la actitud de
Elías hacia mí tuviese otro interés más allá de una buena relación de trabajo.
Y por eso mantuve mi conducta hacia él sin variación.
Un
domingo, mientras rodaba con mi bicicleta temprano, por la avenida paralela a
las vías del tren, vi de pronto a Elías que caminaba a buen paso por esa vía
hacia el sur.
-Hola
Elías! -le llamé de un grito -¿Qué hace por aquí?...
-Hola
señor Gutiérrez!...¿Y usted cuidando su figura?...-rió picaresco.
Nos
acercamos y luego de estrecharnos las manos le invité a tomar un café en mi
casa para conversar.
-Le
agradezco mucho, pero en este momento voy a visitar una familia para llevarles algunas cosas que
necesitan
No
le insistí pero me quedé intrigado por su respuesta. El martes en la editorial
le invité de nuevo y le di la dirección
para que llegara, cuando pasara por allí de nuevo. Así lo hizo el domingo
siguiente. Llegó a las cinco de la tarde, sudoroso y algo fatigado. Regresaba
de visitar varias familias al sur de la ciudad, donde reina la pobreza. Allí
les llevaba plantas medicinales y les instruía de cómo debían usarlas. Como mi
esposa era muy aficionada a ellas, de inmediato entablaron una animada
conversación y establecieron una amistad que duraría muchos años.
De
origen campesino, Elías conocía ampliamente el uso de dichas plantas. Así fui
conociendo la razón de su vigor, buena salud y excelente ánimo. Cada día fui
tomándole más aprecio y admiración. Sin embargo, continuaba intrigado por
aquellos decires sobre su inclinación por los jóvenes. ¿Qué había tras de todo
aquello? Me inquietaba pues en casa le había presentado a mis hijos: dos
varones y una chiquilla. El mayor, Camilo, de catorce años, pronto también inició una gran amistad con
Elías. ¿Qué podría suceder?
Un
domingo, que tuve que trabajar fuera de casa, al regresar me entero de que mi
hijo Camilo se había ido a una reunión con Elías y otros muchachos. Me alarmé y
le reclamé a mi esposa por dejarlo ir. A ella no le había comentado nada las
sospechas que recaían sobre Elías. Ella, muy sorprendida, me dijo que no había
visto nada malo en esa salida y que por eso lo dejó marchar. Le pregunté si acaso sabía dónde era la
reunión. Solamente le había indicado un
barrio al sur, San Cristóbal, pero sin mayores señas. Me enojé mucho por la
falta de precaución, tanto de ella como mía.
Alterado,
tomé mi bicicleta y me dirigí a ese barrio, que conocía bastante bien, pues
allí habían vivido mis abuelos. Fue una torpeza porque allí las calles son
subidas y bajadas muy empinadas y la bicicleta se me convirtió en un estorbo. Desesperado,
dejé la bicicleta en una vieja tienda donde nos conocían desde niños. Proveché
para indagar un poco en busca de una pista. Me informaron que las únicas
reuniones con jóvenes que ellos conocían eran las que hacía el cura párroco.
Corriendo fui a la iglesia. Tal vez él podría darme razón de Elías.
-No
hijo –me dijo el cura- Aquí no sé de otras reuniones diferentes a las que
realizo yo Tal vez debas ir a la policía. En la parte baja del barrio hay una
Estación. Allí puedes denuncir el caso y que te ayuden a buscar.
Sin
pérdida de tiempo acudí a la policía. Me asignaron algunos agentes para salir a
rastrear el barrio para encontrar algún indicio. Tardamos algo más de una hora
recorriendo calles, cuando de pronto. De una casucha, a medio construir, y
amplio patio frontal, salieron un grupo de jóvenes alegra y junto con ellos
Elías y Camilo. Grande fue la sorpresa de los dos al verme llegar acompañado de
los agentes. Mi hijo me interrogó extrañado:
-Papá
¿Qué sucede? ¿Por qué vienes con policías? ¿Acaso no confías en mí?
En
tanto Elías con su calma, me saludo con la afabilidad de siempre. Me
desconcertado, turbado por lo dicho por Camilo
-¿Qué
hacía usted con estos jóvenes? –preguntó uno de los agentes a Elías. Pero antes
de que pudiera responder se adelanto una de las chicas, de unos dieciséis años
y contestó por él.
-Don
Elías nos enseña a cultivar plantas medicinales, en este huerto. Cómo se
cuidan, como se prepara y para que males sirven.
Hablo
en tono airoso pues rápidamente compendió el mal entendido de la situación. Los
otros chicos, que observaban curiosos sin entender qué pasaba, afirmaron con
sus cabezas y se acercaron para mostrar algunas plantas que llevaban en sus
mochilas.
Pedí
excusas a los agentes y les agradecí su diligencia, pero advertí que yo me
haría cargo de lo sucedido.
Nos
despedimos de los jóvenes y regresamos a casa. Por fortuna Elías lo tomó todo
con muy buen humor.
Elías
les instruía sobre las plantas medicinales, sobre las virtudes de la
naturaleza, del campo, de cómo aprovecharlas en beneficio propio y de sus familias, porque en el futuro todo
eso se podía perder, ese conocimiento tan valioso y descuidado por los
habitantes de la ciudad. Se preocupaba mucho por el futuro y tenía muy claro
que solamente los jóvenes podrían hacer algo para remediarlo.
A
la siguiente ocasión que nos visitó Elías, decidí hablar con él.
-Elías,
¿de dónde saca usted esas enseñanzas que le da a mi hijo y otros muchachos?
¿Qué busca usted con eso?
-Mire
don Jorge. Con todo respeto, pero son cosas que se pierden y que mucha gente de
hoy no quiere prestar atención, no quiere aprende de lo que saben los mayores…
Se quejan mucho de la vida, de cómo están las cosas, pero no hacen nada para
remediarlas. Mis padres y mis abuelos allá en el campo, nos reunían en las
cocinas, por las noches y nos contaban historias, cosas que ellos habían vivido
y así fui aprendiendo la importancia de todo lo que nos decían. Pero aquí en la
ciudad, cuando intento hablar de esto a
los jóvenes, se me burlan. Solo piensan en tomar cerveza y andar enamorando a
las muchachas. Por eso solamente escojo a jóvenes que si quieran oír.
-Pero
en la planta piensan otras cosas de eso…
-Me
tiene sin cuidado, don Jorge. Mi único
interés es que no se pierda el conocimiento de nuestros mayores… Veo que muchos
se dedican a muchas teorías y discusiones, pero se van olvidando de lo
realmente importante. Nuestra relación con la madre Tierra. Con las plantas,
con los animales, con los ríos, las montañas, los bosques… Cada día hay menos
campo. Las ciudades crecen como grandes manchas sobre la Tierra….
-¿Usted
tiene hijos, Elías?
-Sí
señor. Me he casado dos veces. Mi mujer actual es muy joven y me ha dado dos
pequeños de siete y cinco años.
-Me
gustaría conocerlos…
-Encantado
don Jorge. Pero mi vivienda es muy sencilla…Somos pobres-
-Eso
no importa. ¿Cuándo me lleva a su casa?
-Ahora
mismo, si le parece. Para allá voy. Me puede acompañar…No es muy lejos. Podemos
ir caminando. O si prefiere va en su bicicleta.
-No,
Elías. Vamos juntos. ¿No importa que sea a esta hora? Ya pronto será de noche…
Así
conocí a la mujer de Elías, sus hijos y su casa. A pesar de sus limitaciones materiales, se veía un hogar
acogedor y hermoso. Con alma, con amor.
Por
eso nunca imaginé que cuando, un par de meses después, regresara a esa casa, me encontraría con un
cuadro dramático. Inés, su mujer, estaba
ahogada en llanto. Igual sucedía con los niños. No encontraba a Elías. Así supe que se lo había llevado el ejército una
semana atrás. Lo acusaron de reclutar
jóvenes para la guerrilla. Cerca de su
lugar de origen, había ocurrido una emboscada en la cual los guerrilleros acribillaron
a dos camiones del ejército. Elías no tuvo nada que ver, pero el cura párroco
de San Cristobal lo había confundido con un revolucionario que hacia reuniones
en el sector y señaló a Elías como sospechoso.
A
Elías, mientras estuvo detenido, lo torturaron con la mayor bestialidad,
queriendo cobrar venganza por lo sucedido. Cuando mucho tiempo después regresé
a la editorial (yo había renunciado a la revista y ahora iba por la edición de
un libro), ya la puerta no la abría aquel abnegado ser humano. pendiente de las
necesidades de su gente. Los operarios
de la misma decían habladurías. Unos admirando a Elías. Otros tejiendo toda
clase de historias imaginarias conjeturando sobre la verdadera vida de Elías. Hoy escribo esta
historia para que se sepa la verdad y en homenaje a ese sabio que conocí, al
verdadero Elías.
FIN.
Octubre
1 de 2020
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